miércoles, 28 de noviembre de 2007

Catalina de Erauso, esa... ¿mujer?

En los albores del siglo XVI, los duelos eran la mejor forma de resolver una disputa. ¿Te habian timado en una timba de dados? ¿Alguien se habia acostado con tu mujer? ¿Alguien le habia dicho en el colegio a tus hijos que los reyes magos son los padres? La unica respuesta correcta que podia salir de los labios de un hombre de honor, de un verdadero caballero era esta : TE RETO A UN DUELO.

Una vez dicho esto, situemonos en un poblado cualquiera de Chile, en un año cualquiera de la tercera decada del siglo XVII. Por ejemplo 1621. Los soldados tienen tiempo libre entre matanza y matanza, y mucho dinero que gastar. Demasiado. Alcohol, prostitucion y juegos parecen ser la unica diversion del momento. (No sabeis cuanto le debemos a la sociedad de consumo).

Cuatro curtidos militares juegan una partida de cartas. Pero Martin no sabe jugar limpio. Y no le gusta perder. Alonso es muy observador. Demasiado. Y tampoco le gusta perder.
Tu haces trampa, mentira, empujon por aqui, hostia por alla, separame que lo mato... Ya sabeis, como un sabado noche de marcha por Benalmadena. Hasta que surgen las palabras magicas: TE RETO A UN DUELO.

Era por costumbre, que cada duelista debia llevar un testigo, que debia continuar la disputa en caso de que el duelista digamos TITULAR, no pudiera continuar pero no hubiera muerto. Porque, evidentemente, los duelos eran a muerte.

Martin llevo a Francisco, de Loyola, para mas señas. Alonso llevo a Miguel, de Erauso.

Ambos optaron por floretes de empuñadura italiana. Ligeros pero mortales.

Pero por mala suerte, o vicisitudes del destino, ambos hirieron sus manos a las primeras de cambio. Y Francisco y Miguel, que no se conocian de nada, debieron continuar la pelea.

Francisco era un fiero alferez que habia luchado contra los araucanos y adquirido una fama de gran espadachin. No le costo demasiado vencer a Miguel, militar por obligacion familiar. En el lecho de muerte, Francisco poso la rodilla en tierra y sujetando la nuca de Miguel le pregunto por su ultima voluntad.

Miguel de Erauso, con el ultimo aliento que le quedaba, le pido que por favor hiciera llegar a su familia la noticia de su muerte. La muerte de Miguel de Erauso.

Al escuchar esto, Francisco abrazo la cabeza de Miguel, y lanzo un grito que desgarro el cielo: ¡¡¡HERMANO MIOOOO!!!

Años mas tarde, en 1623, cuando Francisco estaba a punto de ser ejecutado, le confeso a Agustin de Carvajal, obispo de Peru, que era una mujer, y que habia sido monja hasta los 15 años en su San Sebastian natal. Y que se llamaba Catalina de Erauso, aunque mas tarde seria bautizada por Felipe IV, tras conocer la historia, como LA MONJA ALFEREZ.

1 comentario:

Uno, trino y plural dijo...

Interesante anécdota...

¿Podrías contar algo de la Historia de los duelos?